La estación espacial china “Tiangong-1” —o también llamada el Palacio Celestial— hace noticia por estos días por su descontrolado regreso a la Tierra, pero, además, porque uno de los ocho lugares probables de caída es en territorio chileno.
“Tiangong-1” fue la primera estación espacial de la República Popular China y la tercera construida por un solo país. Fue lanzada al espacio el año 2011 y orbitó la Tierra por más de 48 meses.
Catalina Arcos, académica del Instituto de Física y Astronomía de la Universidad de Valparaíso, doctora en Astrofísica, detalla que la estación se lanzó en el 2011, y su re-entrada se ha retrasado repetidamente, generando la pérdida de control en el 2016.
Tal como lo relata la astrónoma, en enero de este año Zhu Congpeng, de la Corporación de Ciencia y Tecnología Aeroespacial de China, anunció que estimaban que su caída fuese a fines de marzo o principios de abril.
Si bien dos de los lugares posibles de caída se encuentran en Sudamérica, la astrónoma alentó a las personas a estar tranquilas.
“Llamo a la calma, ya que un gran porcentaje de la estación se quemarán al pasar por la atmósfera, y los escombros caerán en un área designada del mar, sin peligro”, aclara y continúa: “Es más probable que te caiga un rayo dos veces en un año a que te caiga un escombro espacial. Lo que quiere decir que las probabilidades son mínimas. Nada de qué preocuparse”, asegura.
La estación pesa 8.5 toneladas, y se estima que unas 3.5 toneladas podrían no desintegrarse. Sin embargo, la académica recuerda que hay varios casos de basura espacial,” los más grandes fueron SALIUT 7 (estación rusa), que cayó en 1991, y SkyLab (de Estados Unidos), en 1979, y ninguno provocó daños ni le cayó a alguien. De hecho se estima que entre 70 y 80 toneladas de restos espaciales caen en un año, de manera descontrolada”, afirma.
De acuerdo a lo informado por European Spatial Agency (ESA), cuando la nave asciende desde la tierra al espacio, “va acelerando de forma constante. A medida que sube el aire es menos denso y, por lo tanto, la fricción causada por el aumento de la velocidad de la nave se compensa con el descenso de la densidad del aire, por tanto nunca llega a calentarse tanto durante el ascenso. Cuando la nave desciende, el efecto es contrario: ya viene a una velocidad enorme, entonces entra en la atmósfera en un medio que cada vez se pone más denso, aumenta el roce y la temperatura, hasta el punto en que se desintegra la mayor parte del material”, señala Catalina Arcos.
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