Vanesa Martín no es una artista de caminos trazados. Ella los inventa. Desde que llegó a Madrid con una guitarra al hombro y con la intuición por bandera, construyó su historia a base de cantar sin disfraz y sin estrategia, como ella es. Con una voz que te toca sin pedir permiso. Su verdad, su talento, su pasión desmedida por la música y su trabajo incansable la han puesto en su sitio: una de las referentes femeninas más relevantes de la música en español.
Su carrera es un viaje de fondo: sin prisas, sin artificios, pero con una raíz firme y una emoción que traspasa. Vanesa Martín ha consolidado un estilo propio inconfundible.
Ahora lanza «Casa Mía», su disco más libre, honesto y valiente: una mezcla entre la raíz y la vanguardia. Una invitación a entrar en su mundo, donde no hay juicio, solo música y verdad. Desde sus comienzos Vanesa Martín no buscaba gustar. Buscaba ser. Y eso no ha cambiado. Porque Vanesa sigue escribiendo desde la autenticidad. Y su nuevo disco, «Casa Mía», es el reflejo más honesto, valiente y completo de todo lo que ha sido y todo lo que se atreve a ser.
«Casa Mía» es el noveno álbum de su carrera, el primero junto a Universal Music. Doce canciones que transitan por la emoción, el deseo, la pertenencia, la despedida, la libertad. Una declaración de identidad, donde la artista se libera de etiquetas y se abraza entera: la de Málaga, la de Madrid, la niña, la mujer, la artista, la de raíz y la de vanguardia, la que escribe con el alma y canta con las entrañas. “Nunca me sentí en una categoría. Las etiquetas me han hecho daño. Este disco es mi forma de decir: no encajo, porque vine a abrir caminos”, confiesa.
La producción de «Casa Mía» lleva la firma del colombiano Luis Miguel Gómez Castaño, “Casta” (Manuel Turizo, Karol G), con quien Vanesa ha formado un tándem creativo que se mueve entre la complicidad, la profesionalidad y el estilo de ambos. Él ha sabido leer su universo emocional, respetando su esencia mientras la impulsaba a explorar nuevos sonidos que conectaban profundamente con su raíz. Juntos han construido «Casa Mía» que expande el territorio de Vanesa sin perder un ápice de su autenticidad. La presencia de Casta se nota en la fluidez del disco, en su mezcla de riesgo y equilibrio, en cómo cada canción suena a algo nuevo, pero profundamente familiar.
En «Casa Mía» hay autotune, hay copla. Hay sintetizadores, y hay guitarra española. Hay bachata, bolero, cumbia, pasodoble, electrónica y emoción. Porque este disco suena a Vanesa Martín desde su raíz hasta quién es hoy.
Así nace “Objetos perdidos”, una bachata que se compuso sin intención de serlo. “La hice sin pensar, y cuando Casta me dijo que era una bachata, me sorprendí. Simplemente salió así”. Esa es la clave de este disco: no hay fórmulas, hay pulsos. Lo mismo sucede en “Tiempo real”, una canción que mezcla la estrategia que pretende tener la mente con el deseo de vivir, en una mezcla que suena a ahora, pero nos suena a las canciones de esa Vanesa niña cuando viajaba en el coche con su familia. O en “Cómo te digo”, que arranca con ecos de copla y con la majestuosidad de cualquier paso de Semana Santa a la salida de su iglesia y, de repente, se lanza sin previo aviso al pop electrónico. En esta canción, Vanesa firma un adiós que se escucha y se baila a todo volumen. Una canción que celebra el alivio de irse cuando quedarse duele, cuando ya no te reconoces en lo que un día fue. Es bailable, sí, pero también liberadora. Porque hay despedidas que son un acto de amor propio. Hay adioses que se cantan con fuerza, que se celebran, que te devuelven. Y este es uno de ellos.
La intimidad se convierte en escenario en “Intimidad”, una canción que retrata lo que sucede entre dos personas cuando están a solas y todo se enciende, aunque fuera todo se apague. En “Lobos”, Vanesa se rompe para hablar de las historias que nos confunden, nos atrapan, y de las que solo salimos cuando algo visceral nos empuja a huir. “Es una canción que no grita, pero te susurra verdades que duelen. Si no terminas la historia, terminas tú”, dice.
“No nos supimos querer” es mucho más que un dueto: es una conversación sincera entre dos almas que no necesitan explicarse. Vanesa Martín y Joaquín Sabina se encuentran en una canción donde se respira complicidad, admiración y verdad. La melodía, con ecos dolidos que recuerdan a Chavela Vargas, envuelve una letra que emociona sin alzar la voz. Juntos hacen de lo cotidiano poesía, y de lo perdido, refugio.
Pero si hay una canción que resume el alma del disco es “Universo de Sobra”. Una historia de esas que no pueden ser aquí, pero que ya lo han sido en otra vida. Una canción sobre las conexiones que no se explican, que no suceden, pero que se sienten más reales que muchas de las que sí lo hacen. “Es una canción que remueve el estómago”, dice. Y lo hace.
“Me sucedes” es otra de esas joyas donde menos, es más. Una guitarra, una voz, y la energía que se siente cuando alguien te sucede sin que suceda la historia. Cuando el deseo se mezcla con el miedo, y el vínculo se convierte en una vibración que lo traspasa todo, aunque nunca se lo digan en voz alta.
0“Borgoña” es la canción del renacimiento. La que habla de dejar atrás una relación larga, con amor y dolor a la vez. La que celebra reencontrarse con una misma después de haber compartido tanto. Es copla y es modernidad. Es despedida y es fiesta.
Y entonces llega “Casa Mía”, la canción que lo nombra todo. Vanesa canta desde la identidad, desde el orgullo de no encajar porque no va de eso, va de ser. Desde la libertad de no tener que definirse. “Casa Mía soy yo. Y quien venga, tiene que saber que aquí no hay juicios. Aquí se viene a ser”, dice. Es un canto a quienes son sin pedir permiso, a quienes aman sin disfraz y a quienes ya no necesitan explicarse para ser entendidos.
«Casa Mía» no es solo un disco. Es un manifiesto. Es una casa sin muros donde caben todas las Vanesas: la niña que soñaba con cantar, la mujer que se ha roto y se ha vuelto a levantar, la artista que se ha construido a sí misma. Un lugar al que volver cuando todo afuera parece incierto. Pero también es la casa de quienes escuchan, de quienes sienten, de quienes no quieren encajar porque han venido a ser. Un lugar sin disfraces, donde no hay juicio, solo emoción, libertad y presencia.
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